"Gateando por los peldaños"

    ¿Estarías dormida?, ¿estarías alucinando?, o acaso...¿muerta?.  Podías ver las luces multicolores en matices brillantes, aterciopeladas y esponjosas, drásticas, pero no por ello inmanejables, sumergedoras, cegadoras, verdes y púrpuras, nebulosas y opalinas; y, allí, entonces, te embargaba una sensación de bienestar, de grandeza,  y hasta de expansión, de sutileza, aunque irreconocible, ahora, de reconciliación, que salía del centro de tu mente y te rodeaba más allá de ella misma.   Sabías que habías sido el estruendo de estos todos y ellos el tuyo, y desde ahí tratabas de emanar un reflejo de conciencia…dropped it!

         Te asomas a la ventana de vidrios sin ahumar, con visos ámbares, corredizos, que permanecía sin abrir día tras día, sin darle espacio al soplo del viento por la función que, ya, cumplía el aparato del aire acondicionado.  A través de los cristales  engastados en marcos de aluminio plateados, sin brillo, de ese tercer piso, estudiaste toda la avenida Eraso, y recuerdas que has declarado, por ahora, desierto tu propósito de adquirir una vivienda en Caracas.  Vivías en Caracas, vivirías ahí, hasta marcharte al extranjero; lo otro era sólo un plan de contigencia. Habías tenido que alisar tus planes.  Solo encuentras una salida razonable para el Plan B.  Entonces, compraste  tu apartamento hacia las afueras de la ciudad.  Claro, que en realidad, esto, ya lo habías hecho; estaba hecho, incluso antes de escribírselos, en un tiempo pasado. Hoy veías a los vecinos del sitio donde habías comprado, ¡pensar: “¡menos mal! que lo hicimos, justo a tiempo,  porque el desparpajo de la inflación nos hubiera llevado a vivir como inquilinos”; ¡claro, que esto tampoco era garantía de algo, y eso se los decía por todo lo que se hubiere de vivir en este ciclo terrestre, desde la impermanencia hasta la intangibilidad de la solidez.  Además, de todo esto, sin contar, que trabajas casi doce horas diarias, de lunes a sábado, que te toca la mayor parte de la casa, los supermercados, las hijas, las diligencias, las llamadas de amigos de todas partes del mundo consultándote sus proezas, en busca de claridad y centro, y no sé cuántas cosas más, como para que no se me escape contarles nada.  Lo hacías con agrado y amor, porque sabías que era el legado, no tu legado, ni el de ellos; sino el de hacer de la existencia un camino atento, lleno de gozo y de ampliaciones mentales para los implicados.  Y así,

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