Marcos, de pie, ante el filamento del tiempo, con una mirada casi estática por su cárcel de cristal; alucinando sobre el piso de mármol, etéreo, de su apartamento, mirando al calendario lunar que había colocado sobre el lado posterior, más no póstumo, todavía, de la puerta de su habitación enrejada – y sujeto con chinchetas azules por sino le provocaba dejarlo mucho tiempo por allí-, se seguía preguntando cuál sería el método más efectivo para salir de prisión. Cuando Marcos, el Coronel, había empezado a escribir estas páginas sólo pensaba en el suicidio, no sólo porque ya no le encontraba más sentido a su vida; aunque uno de los pocos amigos que le quedaban en el mundo de “afuera” le había convencido de que se pusiera a escribir su historia, ya que él se encargaría de publicársela. Al principio, la idea le pareció estúpida, no porque el Coronel no supiera escribir sino porque para su amigo, era posible que fuese un buen negocio todo esto, pero qué significancia podría tener para él. Imagínense, ¡la historia del hombre que había osado dar una especie de Golpe Maestro!. Sin embargo, Marcos, se repetía a sí mismo, qué podría significar esto para él. Lo peor, era que sentía, la inmovilidad de su destino, y no sólo porque estaba confinado a cadena perpetua en una celda, sino porque había perdido la facultad, literalmente, de moverse. Sin ese artefacto eléctrico, que le había regalado, ese mismo amigo que lo incitara a cambiar sus perspectivas de vida, a través de la narración de su historia –y aquí, tenía que reconocer, que al menos, esto le mantendría la mente ocupada- era imposible desplazarse sin tener que pedir ayuda; pero aún no podía decidirse. ¿Les parecía chistoso o merecido lo de la silla de ruedas?, eso lo podrán discernir más adelante; pero para él, que no le interesaban los honores ni la gloria, ni lo de más allá; la atadura era real, porque lo único que le quedaba del proceso, era ese dichoso calendario, que contemplaba hacía años, desde el año que había entrado a prisión, remarcando en marcador rojo, de su propio puño y letra, el día en que los hechos sucedieron. Así, que antes de pensar en su posible escape, el Coronel sólo pasaba horas mirando a esa mugrienta pared, donde se posaba su calendario del año 87, y a través del cual, veía transcurrir, intransigentemente,