Simón Ratón

lo hacía sentir pesado, basto, lerdo, y hasta atontado.  Con estas semillas, no sólo se movía más rápido sino que pensaba con claridad y empezaban a interesarles dialécticas en los periódicos y cosas temáticas, que antes nunca le habían interesado. Así, que decidió, con sus amigos más cercanos crear una pequeña industria que secara las semillas de auyama, las ahumara, luego empezaron a elaborar pasteles de calabaza, y por último se ideó cómo salarlas y empaquetarlas al vacío para transportarlas al mercado de ratones bio-consumidores para venderlas como alimento dietético y  ecológico.     Resultó que el negocio ¡fue todo un éxito!, pues la mayoría de los ratoncitos estaban encantados con este alimento que los hacía sentir tan bien, y todos desearon empezar a comer semillitas de auyama por lo que empezaron a eliminar por completo el queso de sus dietas, creándose alrededor de él una idolatrizazión que rayaba en una especie de euforia colectiva y la cual hubiera engrandecido y trastocado el ego de cualquier mortal; sin embargo la sencillez de Simón, y el pensamiento sincero de beneficiar siempre a su colectivo, le valió le valió a Simón Ratón el apodo de tío Ratón-Simón.     Al tiempo, los ratoncitos, empezaron a manifestar, en sus dos siguientes generaciones, problemas en su sistema inmune y se sintieron culpables e ignorantes por haber dejado de ingerir el queso de manera drástica, pues pensaron que la fase proteíca del queso no era sustituíble por nada más en el mundo, por eso, antes jamás se moría un ratón de enfermedad inmunologica.  El queso estaba hecho para ellos.  Era de ellos, aunque lo trabajasen los humanos. Entonces quisieron tomar represalias contra Simón, el empresario, que les había robado su raza pura, y además les quitaba su dinero, al venderles las semillas. Y cero queso.
     Simón, por supuesto, se había vuelto multimillonario y propició en otros ratoncitos, "la semilla" de la invención, de la creatividad, así otros muchos como él, se habían vuelto pioneros de otras múltiples ideas, como la de las medias, los lentes, los cinturones para ratones, y luego, para ratas....
Y así, poco a poco se había creado dentro del mundo humano, otro sumundo capitalista. De una idea que sólo era un pequeño y casi vano intento de cambiar un patrón de conducta, un rigor alimenticio, que además de haberse vuelto escaso para ellos en un momento de crisis planetaria, los atontaba, enardecía con facilidad, y los engrosaba; por algo, que en principio,  parecía haber resultado una milagrosa magia para el organismo y la proactividad, se había generado una ola tormentosa y destrucitva.  ¿Qué había pasado en el proceso, -pensaba Simón?...me he vuelto humano.. Nunca pensó en sacar provecho de las circunstancias, sólo aparecieron las condiciones unas tras otras y él las fue organizando de la mejor manera que pudieran ser benéficas para todos.
    Por supuesto, y a estas alturas, no todos pensaban así. Ya, todos apostaban porque Simón Ratón era un avaro, quien quería conquistar el  mundo de los ratones, copiándose de la conducta humana.  Pero, aún así, Simón no entendía nada del por qué algunos de sus compañeros y amigos le tenían tanta rabia, y tampoco, cómo los otros ratoncitos se habían vueltos tan ambiciosos, y sólo buscaban trabajar y trabajar, y amontonar dinero en las calabazas.  Habráse visto!, ahora las calabazas eran refugio para el dinero!..
  Ya ninguno de sus amigos se reía verdaderamente, ni se empeñaba en compartir sus cosas con el vecino.  Ya nadie quería tomarse un trago a cuenta de nadie por se acaso generaba una cuenta pendiente que luego, se la sacaba en cara.  Se les había olvidado cómo divertirse desde la espontaneidad, desde lo honesto, del pensamiento creativo que los había llevado, una vez hasta ahí.
    Simón, deseó tener una granada y acabar con todas las calabazas; no quería entender nada más.  No quería saber.  No deseaba sentirse responsable por la que hubiese sido la fuerza propulsora.  Que, además, era la suya.     
    Triste, entre la muchedumbre de ratones, que se ahogaba en el humo de sus propias historias, de sus calabazas incineradas, sin saber cómo ni por qué, siguió su camino, alejándose, perdiéndose entre los restos de humo porque él, precisamente, él, no había resultado afortunado para perderse en el fuego; sólo se perdería entre el humo.
                                                                              CCs, marzo 2011

                                                                             Ilustración de la cubierta:  Sherdeb Akadan

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