Simón Ratón

y que por descuido, desde un vaso colgante, desde la mesa de su antiguo hogar, caía en su lengua viajera, este líquido viscoso, el cual se derramaba rumbo al piso, copiosamente. El estómago de Simón ya no le hacía chistecitos, sólo tenía espacios de aire que lo sonrojaban, de vez, en cuando, en el momento en que esos aires decidían ver la cara de la Tierra.  O vérsela a él, dejarlo apenado ante sus amigos.      Sus amigos, hartos de una irrisoria y falta fiesta, sin festin, comida, música o muchachas increíbles, le empezaron a dar excusas de por qué tenían que marcharse, y se fueron escurriendo uno a uno hasta que lo dejaron sólo.  Completamente sólo.
     Atardecía, y Simón decidió refugiarse dentro de la calabaza, aún entera, y sólo diseccionada en su mente.  Ya la luz no entraba de la misma manera dentro de la auyama, y tampoco dentro de sus pensamientos, por lo que le era complicado al ratoncito seguir agrupando semillas. Entonces, decidió tomar una de una cajita de cerillas que guardaba en el bolsillo derecho de su pantalón, un fósforo y prenderlo para continuar su labor.   Mientras terminaba de agrupar las semillas en montoncitos, se sintió intoxicado por el humo viviente, el que se comportaba como una cámara de gas…y se sentía cada vez un poco más mareado, entonces, como automáticamente, se llevó unas semillas de auyama a la boca.  ¡Umh, qué sabor tan especial!.  Estaban algo templadas.  Como si se les hubiera formado una piel más dura en el exterior; sí una concha, y adentro se sentía la semilla, seca, con un sabor ligeramente ahumada  dulce.  Umhh, le parecía realmente extraordinario el sabor,  A medida que consumía semillitas, no sólo le parecían más deliciosas sino que se sentía liviano y energizado.    Ahora, estaba listo para enfrentarse al mundo de afuera otra vez. Estaba  despejado y fogoso, con ganas de emprender.  Esperaría a que amaneciera para descubrir su secreto, su inteligencia sobre humana, casi.   Decidió salir a buscar a sus amigos para contarles lo que había descubierto.    Además,  de haber encontrado una forma de contar  sin que existiera limitación en su conocimiento, pues aplicó el que ya tenía para superarse a sí mismo, mientras le llegaba el momento de hacerlo de  manera más práctica y efectiva, había encontrado una forma de alimento que ya no deseaba cambiar por el queso.  El queso, aunque le gustaba mucho,

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