Se desvanecieron en una atmósfera fantasmal
negociando
ceremonias sentimentales.
Los suyos, los tuyos.
Venían.
Eran mustias sombras urbanas,
nativas,
Aves de rapiña.
Veloces, rapaces.
Inundadores de sendas
carcomedores de conciencias,
hábiles, además, en manejar las ajenas fantasías.
Hábiles con el dolor,
Con/ un/ nunca-jamás
a las posibilidades verdaderas.
Exactamente, a ciencia cierta,
divagaban,
y se escondían,
a cambio
sobre el filo de sus efímeras ilusiones.
Sedientos de saberte
¡de intentar joderte!,
al rojo vital de lo que te habían
aprendido/desprendido.
Tú, comprometida, contigo
con los demás,
no los dejarías.
Ahora,
mis ojos, lo sabían,
necesitaba un golpe de suerte.
Vencer a tu locura (mi destino)
prohombres del artificio,
mustias sombras urbanas preparadas para
roer constantemente los sinos.
¡Miedos sobrehumanos!,
(¡ejecútesen!!), -se decían-,
noctámbulos, socarrones.
Dientes filosos,
que parecían
encallarse,
de avaricias y apegos,
al humano.
Desgarraban de ellos,
lo angelical,
y lo mundano, también.
Atrapados, no-conscientes
en la existencia de esos seres, de vicios,
¿o era tu imagen?,
la de antes...
la del miedo,
la que te habías dejado crear
Y en el centro...
en el interior de ellos,
de ustedes,
Quizás,
de todo/ de todos
una voz suave,
sencilla,
entre encinas apadrinadoras
sin ósmosis posible,
la real,
trans-portadora
aún, entre dormida y despierta,
atrapada a medias
luchaba,
intentando retornar
de ese cielo de viciados humos,
era, siempre yo,
que ya los había percibido a todos.
¿Lo lograrías?
Por esta vez más,
era mi labor,
y sí,
¡Sí lo lograría!
Yolanda Marín, 09/93.