Los elogiaban,
desde el principio, al inicio.
En el paso.
Se hacen conocer (sin conocer),
mutantes, sin tierras,
pero, buscando cuáles conquistar.
Los elogiaban, cada vez más,
aunque, en realidad,
no los conocían, y ¡lo sabían!
pero,
enardecían
con lo que ese espejo metafísico
les mostraba,
les ofrecía
¡cuál alucinante excitante!.
los seguían.
Las intenciones de los otros,
traficantes de sueños derruidos,
alimentándose de estos,
¡pobres criaturas!,
obreros de pico y pala
de sus mentes,
percibíanses como ases de vecindarios,
mundos de charol
-conquistables- por ello-,
por una Tierra, hecha de patente, también.
Los sentaron.
Los amararon,
casi sin que se dieran cuenta,
les dieron un papiro de preceptos
y, después de eso,
ni lazos pintados de sueños carmesí,
ni sueños carmesí pintados de vida
ni dolientes,
ni urgencias musculares por moverse
ni,
tampoco
límpidas veredas para el derecho propio.
Enajenados.
¡Una mayoría!.
He mirado,
llorado,
por los refugios no posibles,
pero, que pudieran ser posibles.
¿Y el resto del mundo?.
Sin expresión que atisbar,
o en la cual vertirse/te
casi seco,
envuelto en una ilusión espiritual,
más irreal que la irrealidad anterior
vuelto en su “otra locura”
la de una evolución mustia, desangrada.
No había percibido que..
Ya ni siquiera se pertenecían a sí mismos.
Erais pertenencias.
De nuevo. De ese. Otro Mundo.
¿Qué diferencia había, entonces?
con lo anterior,
con lo desestimado
si las cadenas, sólo habían sido sustituidas.
Adueñados, por tanto
de ustedes,
emoción/ anti-emoción.
Adueñados del planeta
pero,
haciéndoles sentir libres,
no conscientes,
de luz,
de prospectos lumínicos,
las suyas.
Otra trampa del ego encarnecido,
en este mundo,
ese mundo
¡infecto y engreído!
era uno de los infiernos de sus Dioses,
¡el cielo número Uno!.
Yolanda Marín, 09/96