La Última Oportunidad Para Harvey

Miércoles, Junio 16, 2010

 Este drama romántico, escrito y dirigido por Joel Hopkins, pareciera ser una más, o una de tantas películas que abarca finales y comienzos, aventuras amorosas signadas al azar entre parejas maduras, como lo fueron estas tipologías en el cince hollywodiense en los años ochenta.  Si lo vemos como estereotipo o cliché, la historia resulta usual y desencantada, pero al mismo tiempo te envuelve en la sugestionabilidad de lo apetecible, lo ensoñado e ilusorio para la humanidad y que intenta concatenarse constantemente, la interacción con el otro.  Y más allá de eso, la posibilidad de convivir, de no permanecer solos después de un divorcio, una muerte, la ida de los hijos, una enfermedad crónica.  Nos tienta a segundos o terceros despertares, a nuevas controversias, por demás, deseables. La cinta, pues, es mucho más que un estereotipo, más que el Londres conmovedor, el Big Ben, el Támesis, el “Milleniun Bridge”, puente que nos conecta con el Tate (Museo de Arte Moderno, y nos hace adorar esta ciudad contemplante y contemplativa, al mismo tiempo…es la presentación psico corporal de los desarraigos, el enfoque con que se mueven los personajes entre las escenas, y, también, entre ellos, su quietud apasionada, versionada en el trajinar de unos desencantos y atinos confusos, pero miméticos, lo que hace a la cinta adquirir, definitivamente, un tono color caramelo.

Dustin Hoffman, -Harvey-, quien raramente lo vemos encarnar este tipo de papel, suave, breve en sus parlamentos, caballeroso, lejos de caracterizar aquí a ningún tipo de héroe.  Un soñador,  que se muestra como un hombre en sus setenta, y quien aún trabaja haciendo cortinas musicales para comerciales.  Su gran pasión, siempre, fue el piano y su sonido, el Jazz; sin embargo, se reconoce a sí mismo como mediocre en el arte, por lo que se conforma haciendo música publicitaria. 

      En medio de una guerra fría con los productores, quienes desean dejarlo de lado para traer gente nueva al rubro, y de una campaña incipiente que intenta catapultar una cuenta publicitaria, Harvey, debe viajar a Londres para asistir al matrimonio de su hija Susan (Liane Balaban), quien en una corta actuación, se desenvuelve notablemente. logrando una química imperfecta con Harvey, lo cual sustenta la separación entre ellos.

      Una vez en Londres, él, descubre que está fuera de la vida de todos aquellos que alguna vez estuvieron cerca de su entorno.  No es el hecho que su ex-mujer, Jane (Kathy Baker) se volviese a casar, ya mucho tiempo atrás, si no que simplememente, es dejado de lado, literalmente, en cuanto a lugares de estadía, posición en la mesa de invitados y opiniones.  Tampoco,  llevará a su hija al altar, pues por decisión de Susan, lo hará su padrastro, Brian (James Brolin). 

      En fin, nos muestra el revuelo interior de un personaje, Harvey, que permanece en un lugar, anclado a Nueva York, tras un divorcio, y aquello que queda de su familia, su ex–esposa, decide irse a vivir a otro lugar, llevándose a Susan.  Es ese espacio sin contenido que pernocta día a día, en él, tras ampararse en el trabajo, la soledad y el arraigo a su pasado, no hubo un intento “real” de dejar atrás las heridas, de compensar los dolores, o de compenetrarse con su hija en medio de esos espacios intermitentes.  Es la intrínseca soledad del desamor contenido y del ausente espacio para amar, Harvey continúa deambulando por su trabajo.  Así que, tras recibir el choque emocional del desencuentro con todos los participantes cercanos en la boda, especialmente con su hija, Susan, decide volver a Nueva York inmediatamente tras la boda sin asitir al festejo.

      Entre intentos y desaciertos para conseguir un vuelo de regreso a casa, Harvey, debe quedarse en Londres por casi 24 horas más.  Sentado, en el bar del aeropuerto, solo, y sin sueños que atesorar, empieza a observar a su alrededor, como tantos de nosotros lo hacemos en momentos en que el twitter no es relevante, los libros no logran captar nuestra concentración o un televisor lejano, lleno de imágenes violentas es desechable; allí, en su oteo vesicular se le antoja posar la mirada  e inventarse una conversación con una chica encuestadora, la cual trabaja para una aerolínea británica, Kate Walker (Emma Thompson), y la cual, lo había abordado, el día que Harvey llega a Heathrow en una tentativa de realizarle la encuesta para pasajeros.  Por supuesto, a la que él rechaza  en ese momento, por sentirse abatido y abrumado por el trayecto y sus demonios interiores. En esta ocasión, es ella, la que rehusa conversación alguna con él.  Sin embargo, Harvey se gana su sonrisa, y lentamente, al transcurrir las horas, va generándose un intercambio de lugares a compartir, de situaciones a desenredar, de sentimientos comunes, pero a su vez, individuales, que intentan amalgamar el uno a través del otro, recorriendo las calles de Londres y ubicándose en espacios que los obligan a lidiar con las situaciones conflictivas con las que cada uno de ellos debe lidiar; pero al mismo tiempo, aprendiendo del otro, una mirada de esperanza olvidada.

       Kate, juega el rol de una mujer solterona, en los cincuenta, la cual no se ha perdonado a sí misma por un aborto inducido, en su juventud, y después de lo cual nunca más intenta tener hijos.  Esto la hace sentir insatisfecha en su aspecto maternal.  Es, a su vez, controlada por su madre, Maggie Walker, (Eileen Atkins), quien tuvo cáncer algunos años atrás, y ya recuperada, pretende mantener el control y el servicio de Kate hacia sí.  Es destacable el papel de Eileen aquí, como la típica mujer, viuda, con pocas actividades exteriores, que aún en plena capacidad de todas sus facultades, pasa la mayor parte del día observando, llena de desconfianza las vidas de los transeúntes, adjetivando a todo el vecindario, a través de su ventana.

       La película es una proyección casual, que incita a las transiciones causales, con momentos llenos de nostalgia, desplazamientos individuales, cobardías anónimas, decisiones alterables, posibilidades de reconquistar espacios desde el perdón y el reconocimiento de la labor de otros sin expectativas ni reclamos.   Quizás esta es la mejor llave que nos ofrezca la película, a nivel de contenido.  Por lo demás, nos muestra un Londres muy primaveral, a su propio ritmo, en su “propia salsa”, sin dejar detalles por fuera.  Es la vida común del cotidiano de una ciudad tan magnánima como lo es Londres, llena de posibles “estados transicionales”.