Ciertas Condiciones Aplican

Martes, Mayo 25, 2010

      Esta vez, nos encontramos ante una pieza teatral, venezolana, escrita por Javier Vidal, y dirigida por Moisés Guevara, donde se exploran los contextos asimétricos entre la sociedad en la que se vive y su conjunción con la individualidad personal y étnica, desarrollada a través de estas calles, en cierto modo, contagiadas, contaminadas por los desamores y los desencuentros de constantes desacuerdos entre lo global, lo deshumanizado y lo vernáculo.

     Una comedia negra, que comienza en el salón VIP de una funeraria local, donde se reúnen los nietos de la fallecida, a "velar", no a la desaparecida, sino a sus propios intereses: el codiciado testamento de la vieja, de 99, quien fuera asesinada a manos del hampa, de manera curiosa; pues el hampón no se llevó el lujoso BMW, rojo "rojito" -como no dejan de escamotear los banderas socialistas- además, descapotable, en el que paradójicamente viaja la anciana sola. Por otro lado, la vieja, va armada, también, y en el intento de asalto, ésta hiere al malhechor. Los juegos de armas e intentos de protección se manejan como en el viejo "o-este". En este punto de la trama, asoma, el escritor, la posibilidad de que se hubiese perpetrado un asesinato a sueldo. Pero, ¿quién querría eliminar a la abuela?

     La abuela, nos es descrita como una mujer de alta clase social, pertenenciente a la burguesía ancestral, de tejidos aritméticos, y de una Venezuela que abarca un período social prácticamente de cien años, por lo que es una sociedad, la cual pareciendo adulta y contemporánea, se muestra más bien foránea, sobre todo para algunos, esos que conformamos la patria hacedora, la de las manos peregrinas y consonantes que elaboran un trabajo diario para apadrinar un país.

     Se define con sarcasmo, ironía y gracia las cosquillas que generan en todos los humanos el dinero, sobre todo el heredado, el que viene fácil, sin mucho esfuerzo, con mucho follaje y lleno de desparpajo. 

     Los involucrados en el paquetón irresoluto de la repartidera sucesoral, son los tres nietos de la anciana, Claudio (Gerardo Soto), Iván (Antonio Delli) y Nacha (Julie Restifo); a estos se le suman Kristina (Hilda Abrahamz), esposa de Claudio, y Octavio (José Miguel Dao). 

    Claudio es un banquero alcohólico, empantanado en una egocéntrica posición social de favoritismos, donde las manos untadas no pasan por debajo de la mesa, incluyendo la suya.  Kristina, su mujer, es una viuda negra, con poderes seductivos rotatorios, acomodativa a las circunstancias, no demasiado inteligente, pero tampoco bruta; la típica mujer que piensa que se la sabe todas, pero no se ve a sí misma. Iván; representando a un abogado de la República, es el "todero burgués" de su hermano Claudio, el que resuelve desde el agüita "Perrier", "la sopita de pollo para levantar un muerto", es entonces, desde quien acuerda con el maquillador las directrices para que la fallecida simbolice lo que ellos desean representar, las liquidaciones económicas cotidianas o las trascendetales, hasta el contacto con los medios. Nacha, la supuesta nieta preferida de la abuela, es una rockera, radicada en Europa, cuya sangre se "ha reeducado" con la droga, los antidepresivos, con la psiquiatría post-moderna, original de Viena. Por último, nos encontramos con Octavio, amigo de Nacha, en un principio, y quien termina siendo una especie de ministro evangélico, asesor y testaferro embacaudor, quien se sospecha, manipula a la abuela, con respecto al destino de los fondos multimillonarios de ésta. Un elemento, de connotaciones ambigüas, está determinado por el perro de la anciana, de nombre peculiar "Yuguito", pues no sólo es el amo de la situación de manera indirecta sino que representa a una gran fracción de los poderes políticos de Venezuela en este momento.

Así nos encontramos con poderes corruptos en todos los ámbitos, la iglesia, no importa su género, la política, la rueda económica, que principalmente se mueve entre los burgueses, o los grandes empresarios aliados, con los dos rubros anteriores. De una manera efersvecente, refleja la estafa mental que representan las muletillas adictivas, cuando no se trata de un estado per se, bioquímico del organismo, si no una condición psíquica del individuo. No deja muy bien estacionada, tampoco, a la psiquiatría post-moderna, pues el personaje de Nacha, revela que no ha podido aclarar sus oscuranteces, integrar los lazos rotos en ella, ni cohabitar con su espíritu libre e inmaduro. Por otro lado, descarga a la venta de la salvación eterna, que ofrecen a los fieles, las iglesias contemporáneas a cambio de poder y dinero.

      El colofón de la obra, está bien resuelto, maduro y amansado; si algo, a mi parecer, hubiera que reducir, sería un excesivo uso de hipérboles. Quizás, un poco menos de soliloquio aguerrido perturbaría menos al espectador, permitiéndole quedarse con algunos valores más contundentes, afinando no sólo la intención del escritor si no la sagacidad del espectador; pues ideológica y parlamentariamente hablando, son un torrente de ideas y acopios, imposibles de agrupar en tan corto tiempo para nosotros, el auditorio.

      Antes de finalizar la reseña, va un reconocimiento a Moisés Guevara, director de la obra, quien destila su experiencia y nos hace partícipes de ellos, a Margarita Lamas, en la producción general y a Marietta, por su asesoría de imagen.

     Y por supuesto, a todo nuestro talenteo nacional, por ese gran esfuerzo que están haciendo por recuperar el Teatro Nacional como ente cultural y social, por elevar el nivel de las producciones y creer en la posibilidad de un público más exigente. ¡Buen trabajo!