por unos días. Luego, decidí quedarme un tiempo más para completar el material de la conferencia. Ellos subirán a buscarme mañana, al atardecer. Y, bien, me decía, que tiene su vehículo accidentado, ¿no?. Quizás podría ayudarlo...
-Bueno, Daya ¿puedo tutearte, no?, -por supuesto, la sonrisa irónica de Daya, dándole a entender para qué le pedía permiso, si ya había incurrido en el propósito hacia tiempo, no le delató nada a Leo, quien estaba ensimismado, desde hacia tiempo en su circo ambulante, su propio transcurrir- como ya te dije, aparentemente es una falla en el distribuidor, aunado a algo más serio, que no sabemos exactamente, y que ahoga al motor, y por supuesto, nadie sabe hasta ahora, a ciencia cierta, qué es, como ya te había dicho, también... La cuestión, ahora, es esperar a que algún grupo suba hasta aquí y lanzar un S.O.S., jiji..¡rescate de Leonardo!. Quizás, si esos amigos tuyos, los que vienen a buscarte no tuviesen mucha prisa, podrían ayudarme...podría bajar con ustedes a buscar los repuestos, y luego buscaría como volver a subir, arreglarle el auto y volverme a la riña cotidiana.
-Claro, no hay cuidado!; pero pienso que yo podría echarle un vistazo y arreglártelo.
Lentamente iba cayendo la noche y, desconfiado -como se había vuelto Leonardo-, no dejaría que nadie le metiese mano a su Toyota, de colección. La brisa magnificiente e intempestiva de las aldeas marítimas, adyacentes y no predecibles, iba recorriéndolo todo de punta a punta, mientras iba ganando terreno ese claroscuro del cielo que se afanaba por libar a los astros de las confabulaciones astrales para mantener el orden molecular de ¿cualquier Universo?.
Leonardo se levantó de la grama y se perdió, entre ella, por unos instantes. Al poco tiempo regresó con un bolso de lona negra que le colgaba del hombro derecho.
-¿Tienes hambre, Daya?. Tengo aquí algunos alimentos enlatados, unas galletas, unas botellas de agua mineral, unas...
-¿Tú viniste a quedarte aquí?.
-Ja, ja!. ¡Es que yo soy muy hambriento! y además, me agrada endulzarme con algo reconfortante, de vez en cuando. ¡Claro, sin abusar del azúcar, refinada!. Bueno, hombre, ¿quieres comer o no?.
-¡Claro!, ¡sí, que tengo mucha hambre! y no muchas provisiones. Sólo me quedan unas cuantas frutas, -dijo Daya, metiendo su mano dentro del bolso gris y sacando dos manzanas, unos mangos verdes, unos limones ¡inmensos! que parecían injertos, naranjas y unas ciruelas de piel rugosa; ¡ah!,