- Hola Sol –dijo una extraña y profunda voz que se diluía en el sonido del viento-.
-Quién habla por allá abajo? –resopló en una especie de eco, otra voz más lejana.
-Soy, yo, ¿es que no puedes verme? –replicó esa primera voz-
-Si no me das una pista, no sé dónde buscar. Te puedo sentir, pero no sé dónde estás.
-Ey...! ¡Aquí, abajo!!!. Abajo. Debajo de ti, ¿no me ves?.
-Pero..¿quién habla?..¡uf! ¡me confundes!. Por más que miro, no te veo. Debajo de mí sólo veo una vasta extensión azul, un océano.
-Bueno, ese soy yo. Yo soy eso que te dice ¡Hola!; ¡hey, tú!.
-¿Tú?? ¡Ja, ja!! ¿Y desde cuándo los océanos hablan con los soles?-dijo esto, sabiendo que habían muchísimos soles en otros universos distintos al que cobijaba a nuestra galaxia que parloteaban con miles de guijarros estelares y elementos equidistantes de él, dimensionalmente hablando, y propios de cada universo, pero lo dijo, sólo para ver si el oceáno le replicaba con algún pronóstico distinto, pues a este sol en particualr le encantaba arguir y encotrar réplicas a su paso; sin embargo, el sol, profundo y oscuro, se habñia mantenido en silencio, dejanod que la espuma y el aire hicieran el resto con sus olas.
El sol, empeñado en su idea de alegrar a los demás seres, se había convertido en algo que no tuviese que necesitar de nadie ni de nada en todo lo que restaba de este universo, y por tanto no podía creer que el océano le estuviese diciendo la verdad. Que alguien le estuvies hablando a él. No podía siquiera imaginar, y mucho menos entender, qué podía pretender el océano, tan inmenso y juguetón, de alguien o algo como él. Entonces, bajó la mirada, haciendo un pequeño gesto descendiente con sus párpados de fuego para hacer un eco de sombra en su iris, y por supuesto, era a su vez, una condecendencia para su pupila, la cual, así podría ver a ese oceáno situado por debajo de él con claridad, pues sin sombra no podía ver nada más que así mismo. Trescientos sesenta grados de luz. Agonizante y extasiante al mismo tiempo. Dirigiéndose de nuevo al inmenso azul, le preguntó en que podía servirle su luz y calor.
-Me siento solo –contestó el océano.
-¡No te creo!! ¡Es imposible que tú me digas eso!! ¡Qué lo diga yo, que estoy aquí
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