estuviera abierto para mí, y sin embargo, tú puedes verlo….
-¿Quieres ayuda?.
-No –y fue, uno no, tan rotundo, como su mirada cuando se atrincheraba en un posición de soliloquio, así que decidí mantenerme en mis propio diván de desacato a lo estereotipado-.
La oscuridad, y el sonido de la lluvia incesante, se apoderó de nuestra sala y ya, ni siquiera podía divisar el rostro de Dani, pero yo quería ver su expresión. Me gustaba jugar con él, con el Universo, conmigo misma, con lo gestante en todos sus estados, aunque no siempre lograba que el juego fuese no-siniestro. Entonces, empecé a adivinar, a Dani, con las manos apoyadas sobre los brazos de su butaca, la cabeza erguida, mirando al frente; los ojos, entornados, casi soñolientos, la mirada entre raída y expectante, una seriedad implacable; un peculiar reflejo taciturno . Aún así, debajo de esa rebeldía aparecería después una docilidad misteriosa, o al menos, eso decían mis conjeturas a nivel psíquico, y que, luego, querría comprobar.
Fuí hasta un recodo del salón con la intención de apretar el interruptor de la lámpara de mesa situada a un costado de la pieza. Me detuve. Me sonreí y lo miré; volví a jugar.
-Cariño, ¿podrías voltear la butaca hacia este lado?.
-¡A qué juegas?, ¿No ves, que no estoy para bromas?.
Sin embargo, sin tener que esperar demasiado, ví girar la butaca en ángulo de ciento ochenta grados hasta que quedó de frente a mí. Permanecí distante, dándole un chance para regresar a sus pensamientos, y pensé que no me agradaba lo que se estaba haciendo. Encendí la lámpara y a media luz distinguí en sus facciones lo que había entrevisto ya. Y había algo más. Algo que no acerté a vislumbrar. ¿Una ráfaga de depresión?. ¡Era extraño!; hacía algún tiempo ya que no nos permitíamos ir en caída libre. Eso era parte del aprendizaje en conjunto. Nos manifestábamos en lo exterior, antes que las piezas del rompecabezas se perdieran para siempre.
-Dani, sé que no debo presionarte, pero tú sabes de los estragos que ...y creo que te estás precipitando a tierra sin abrir tu paracaídas.
-No te preocupes. ¡Estoy bien!.
-El dolor sólo lo terminarás de eliminar cuando puedas aceptar las reglas del juego, cuando aceptes que todavía no termina, que...no termina aquí.
-¿Tú crees que todo esto no es más que un juego que nos permite retarnos y adivinar cómo vamos a resolver las encrucijadas en las que nos metemos?.
-No sólo estamos jugando a adivinar, sino que esperamos a ver los resultados de nuestra adivinanza como algo satisfactorio: ¡el emporio construído!; y en otros casos, buscamos cómo hacermos partícipes de una adivinanza en la que nosotros mismos nos solemos poner en jaque.
-Umh!, ¡aummm!...¿O sea que si no acepto algunas reglas no tendré posibilidades de alcanzar la meta? . Tiene lógica, quizás, tienes razón; aunque sabes que eso de las reglas no me gusta. A decir verdad, no va conmigo y tampoco contigo, ¿cierto?, pero..¡sí, ya entendí!; no puedo involucrarme en lo que no entiendo, no puedo curar una herida sino sé cómo hacerlo, o incluso, sabiendo, sino tengo los materiales y las herramientas necesarias no podré hacerlo. ¡Sí, me recuerdas lo de las reglas de la matería!. Y… no te preocupes, abriré a tiempo el paracaídas.
-¡Vaya!, ese Aummm que esparciste en el aire, me sonó a mi Om. A mi sentido de lo sagrado, a cómo manejar los juegos individuales, y los colectivos, también. A mi búsqueda infinita. Me recuerda el por qué estamos en esta encrucijada; hemos venido por el Material de detonación de la Tierra: ignorancia. Y con respecto a tu paracaidismo, lo sé. Sé que puedes y que vas a estar bien. Mientras, le digo estas últimas palabras, él me ve levantarme de mi butaca e ir hacia la puerta de vidrio que separa el jardín de nuestra sala. Me ha visto cómo me he puesto a deshilvanar la lluvia, y algo más, quizás como siempre.
-Génesis!.
-¿Sí?, dime.
-Quisiera que te quedaras por aquí cerca.
-Claro, ¡aquí estaré!
-Sé que a veces no soy justo con mi entorno, pero recuerda que hemos comprobado que las respuestas están siempre dentro de uno mismo. Vibro ahí. Tú me lo enseñaste.
-Sí, pero no concibo esas barreras que creas a tu alrededor y, entonces, no permites que nadie atraviese el muro. Te concedo el tiempo, todo el que quieras, mas no las barreras.
-No son barreras.
-Sí, ¡si lo son!. Aunque te quieras engañar a tí mismo. Tú sabes que..
-Es que no sé, a veces, no sé cómo hablarte.
-En eso consiste el drenaje, y también, el coraje.
....................................................continúa............................................................................
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