rama.
Frente a mi ventana, cual modelo de Ives Saint Laurent, se desplegaba mi vetusto confesionario; un majestuoso Sauce llorón que perfumaba todo el entorno cuando la brisa veraniega, se recordaba, que nosotros existíamos en el entorno, también, y nos regalaba su paso. En ciertas ocasiones, cuando mi mente bajaba la cabeza, mas no la guardia, y venían hasta mí algunas expresiones de tristeza, quizás por las transiciones infinitas o por los ciclos inversos, o por la terquedad que, en ocasiones, era necesaria, fiuera aplicada en lo cotidiano, para que nosotros, lo que veíamos tan real, lo tiñéramos como la ilusión majestuosa que era; me sentaba justo ahí, frente a ese sauce, y me regocijaba estudiando su contextura y entendiendo lo que hacía allí, frente a nuestro dormitorio. ¡Lo admiraba, tanto!. Cumplía con su ciclo sin errores, o al menos, esa era nuestra percepción de la estaticidad, en cuanto a desplazamiento se refiere. Se veía invencible. Casi. Sin embargo, podía adivinar, o conectarme con sus penas y alegrías; su espacio de no habitabilidad hacia algunas especies. Su mente se comunicaba y hasta se sonreía con la mía; era congraciante cuando se lograba el estado de no-separación de la esencia infinita y autosurgida cada minuto. Me sentía identificada con él porque, en algunos momentos, atizaba sus hojas, rebelándose contra aquello que no podía entender, contra aquello que pudiera maltratarlo; se batía con fuerza, pero, al mismo tiempo, se henchía, en él, como en mí, en ambos, una vena de serenidad que nos la habían procurado los años de sostenimiento. ¿O debería decir, los revuelcos entre olas y océanos conteniéndose unos a otros?, porque hablar de lo mismo sin saber que lo que parecía ser no era, y que las dos cosas de unas misma esencia no eran siempre ya, de un mismo origen, del primordial, me refería, no era suficiente, ya. No parecían. ¡Eran lo mismo aún en la disgregación!,
-sí,y aunque nosotros, no parecemos, tampoco, ser los mismos que antes, somos una conciencia o corriente continúa, pero, quizás mejores (¡eso espero!), pero nunca los mismos-. Entonces, era cuando yo me recordaba a mí misma que éramos una metáfora alterable que se rejuvecía con el tiempo, al tiempo que envejecía, y envejecería sin posible salvación, si permanecía al lado de mentes llenas de negativismo, de tonos oscuros que no marcasen una diferencia significativa porque no irradiaban color, ¿hablaba del negro?. "¡Pobre Negro!