su sitio, que permite giros sin tontos devaneos. Mi astro gigante se sonreía cuando yo le hablaba de su grandeza y me devolvía una respuesta de ambigüedad, donde me señalaba que quien la hacía grande a ella era su princesa de la mesa redonda. Mi “niña bonita”, como la llamaba yo, me había presentado una serie de personajes de ayer, de hoy, que no cabían en el contexto ordinario.
Guiñándome un ojo, con casco verde y ventricular apareció un sujeto parecido a Marvin, ¡sí, como el de Looney Tunes!, pero no era él. Se parecía, pero Marvín hubiese tenido que pedir permiso para venir hasta aquí. ¿Y ustedes creían que estas especies de Marvín no existían? Pues, sí. Aquí estaba, y por sus ademanes de fiscal de tránsito, entendí que en ese espacio nadie iba realmente a lo suyo, porque no existía un lo suyo. Cada quien mantenía una función específica y se mantenía un equilibrio cuasi real. A él, parece que le correspondía custodiar el pasaje secreto de esta galaxia hacia otros contextos universales; y se paraba allí, tan discreto, tan distante, esperando recibir de ti la contraseña que te permitiría ingresar al sistema sin tener que devolverte al origen sin contemplaciones posibles. Y allí, mientras elevaba la vara que conformara el peaje que bloqueaba mi paso, me regaló una rara estrellamar de buen augurio, (como para que no me olvidara de mi estrella gigante, ¡¿cómo si eso fuera posible?!), señalándome con su brazo derecho el camino para que continuara mi avance. Su sonrisa me había sembrado calor, más calor. Seguía sudando. Extrañamente, no me sentía cansada; estaba bien, más bien contenta. Mira qué hallarme aquí, ¡ni que yo pudiese encontrar sola a mi “niña bonita”! <Es inútil, no te resistas, sin mi no puedes llegar hasta él> ¿Dónde estás Dión? Eso me había dicho una voz fina y sedácea, casi juguetona.
¿Y si no podía regresarte? ¿Qué sucedería con nuestro pequeño sistema celeste? <Don`t worry, be happy. No te preocupes, todo saldrá bien. Confía en tu fuerza, en vuestras conciencias activas, ellos se iluminan mutuamente> Sí, pero, ¡la extraño tanto! Me sentí como idiota, escuchando, observando y manteniendo como una conversación con el universo, ¡¿cómo si eso pudiera ser posible?! ¿o si...? Sí partíamos de las concepciones del big bang, de las conciencias, de los sonidos... ¡y sobre todo era tiempo de filosofar! Resollé como intentando vaciar los mismos aires obtenidos en humores plácidos que sin más ni más caían sobre mi cuerpo, mientras yo, confusa y pretendiente de hallazgos naturales en mi empresa de héroes sin escudos ni armas, temblaba, un poco y de vez en cuando, y otra vez, de vez en cuando lloraba sin darme cuenta. Sí; si era posible, en realidad éramos el mismo universo consagrado en formas geométricas diferentes.
- ¿No me oíste? ¡Que no te preocupes! Recuerda que tú tienes la fuerza interior para llegar al final.
- No es suficiente... Ni la fuerza, ni la claridad. Existe algo más... ¿qué voy a hacer con eso? ¿cómo puedo traspasar los límites si estoy limitada por mi misma?
¡¿Qué estoy haciendo?! ¿con quién estaba hablando? ¿de qué estás hablando? Recupera, al menos tu cordura.
- ¿Qué no me oíste?!! -volvió a insistir la firme, pero gruesa voz extracontinental-. No soy tu sueño, ni tampoco cualquier sueño. Deja de ignorarme. Llevo más de media hora de tu tiempo tratando de entablar una conversación contigo. ¿No piensas dejarme hablar?
Definitivamente, la voz de mi conciencia empezaba a fastidiarme. No es que ella me atormentase, al contrario, más bien, era dulce, buenamente comprensiva con mis sentimientos y muy condescendiente con mis perspectivas, incluso, amable en los casos de desacuerdo total; pero a veces, ella se empecinaba en empecinarse... y me repetía las cosas como si las Eveready nunca se agotaran. Y ahora no. Digamos que no tengo mucha paciencia para establecer comunicación directa y entonces, decidí que...
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