del astro si quería llegar al final; y además, estaba la vida del planeta. Si Dión pudiera…
Me congelaba a la temperatura equis-equis bajo cero reinante en pleno mes de Enero y al avanzar entre los matorrales he tropezado con unas piedras rojizas que me han hecho perder el paso. Tuve que apoyar mi mano sobre los espinosos zarzales y justo en el dedo del medio se clavaron esas espinas que ya estaban presentes en el del centro de mi pecho, el reflejo del dolor es el dedo que reposa en la base del monte de Saturno, el llamado dedo corazón, al que veía sangrando, desmitificando al terror; pero sintiendo y viviendo… la separación de mi astro me mantenía con la vida en vilo; y ahí se chorreaba la sangre, la herida era profunda; mientras, yo seguía entonando ¿para qué cambiar tu manera y forma de vivir? No podía detener a mi alma excavante. ¡Para! ¡Para! ¿.. A dónde voy? ¿Qué más voy a remover por ahora? Tomé un pedazo de hilo, una aguja y conteniendo los gemidos opté por coserme unos tres puntos, cerrar la herida, y al demonio... el resto.
Saqué de mi mochila improvisada un antibiótico de esos que contienen ampicilina y comencé a ingerirlo cada ocho horas. No podía permitirme el lujo de contraer una infección que me detuviera los pasos. Tenía prisa. Dión… (¡Dión!)
Lo escarpado del terreno y de la situación no me privaba de sensaciones de contento, es más, ahora, necesitaba de más coraje que nunca (como tú, nuevamente desde tu cielo) para seguir recorriendo el terreno, este terreno, porque el otro, el de la conciencia… ¡quién sabe! Y ya ni siquiera dejaba de ser por el inmenso respeto a lo sagrado.
Las escalinatas naturales de la montaña iban cansando a mis pulmones, a mi mente. Yo miraba al dedo que comenzaba a latir, a molestar tenazmente, y lo miraba adivinando si me dolía aquí o allá, o sí era real ¡Amiguito, deja de molestar! Era como si mi corazón estuviera gritándome todas las convulsiones de mi astro gigante. La Sierra me volvía más gitana cada vez y toda esa vida quería ser, vivir por primera vez, un amor divino; de esos que nadie o casi nadie se atrevía a vivir, los que rompían los cánones del alma encarcelada y mancillada por las humillaciones de lo estipulado, ese que generaba la alegría de