"Creo que notienen idea de nada, todavía" -I-

Esa  primera vez que vi a Suzanne no recuerdo exactamente si fue antes de esta posteridad, entre la trova y el rock  “new age” o después que todo esto dejó mi vida.  Lo cierto es que ahora, ella me estaba mirando de reojo, sentada, muy cerca de mí, preguntándose qué era exactamente el destino mientras jugueteaba con un par de conchas a las que ella misma giraba, dándoles vueltas concéntricas entre los dedos y la palma de su mano derecha, las cuales eran recuerdo de su primera playa fuera de Cuba.  Colombia, habá dicho, ella.  Cartagena.  A bailar su mambo,una y otra vez, a dar su razón de vida. Contenta y despanpanante, después de tanta vuelta y ajetreo.

             A través de la imagen del espejo, ella podía estudiar mis gestos, mientras aspiraba el olor del perfume que recientemente había destapado, que se lo había regalado Orión unas cuantas, cuantas, tardes antes para festejar un aniversario.  Masticaba chicle, casi amansadoramente mientras masajeaba su frente con las yemas de los dedos anular y medio; y se embadurnaba con uno de esos tantos potingues para las arrugas,  y además obtenido a  manos de su amiga Emma, la chica de la 69, que contrabandeaba con productos americanos.  Yo estaba ahí.  Me conviene aclarar el por qué.  No era que quisiera, tampoco era que no quisiera estar; simplemente ese día yo tenía ganas de estallar y mandarlo todo al demonio; sin embargo no era lo más apropiado dadas las  circunstancias de Suzanne.  ¿Sería que me estaba encerrando mucho dentro de mi mismo?.

           El caso es que después de dejar todas mis obligaciones en casa, vestirme en menos de diez minutos y apartar de mi mundo, momentáneamente, mi máquina de escribir, recurrí a la llamada de Suzanne.  En el camino hacia el cabaré seguía sin aceptar, aunque ya lo entendía, el por qué ella se empeñaba en vivir en el camerino de aquel sitio, aún habiendo ahorrado dinero suficiente para mejorar su calidad de vida, aún estando consciente de todo mi apoyo, inclusive, hasta Orión hablole de salir de esa mustiedad, ¿entonces, qué diablos la detenía tanto?.   Yo lo sabía.  Era el aroma.  Ese aroma típico de aquello que no hemos queremos, que nos rehúsamos a dilapidar.  O de las cosas que se  experimentaban desde dos puntos de vista diametralmente opuestos. Y era que...

           La oscuridad comenzaba a despejar cediéndole el turno al alba, y en las

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