El Espejo Lateral De La Camioneta De Laura

      Es necesario saberlo; que te lo dejen saber, conocerlo. Que en medio de tanto ruido y alharaca, lograses sin interrupciones, conocer-le como ser humano, saber de qué iba la cosa, pero no a través de otro cuerpo, sino a través de tu fijación por Laura, por las Lauras morenas, de pelo rizado, las que al contraluz del espejo torcido y polvoriento, ahumado por la contaminación en aquella Super Truck a la que te habías-n subido en algún momento, te señalaran tu propia naturaleza mortecina. Ahora no podías recordar, exactamente, cómo había sido que te habían subido; el olor a puerro te acercó a entender que eras una degeneración genética de la vida asentada en venas enrojecidas por el placer del dolor ajeno.

      Era necesario saber si estabas-n a tiempo. Si Laura se hubiere ido no tendría sentido seguir jugando. El espejo, te decía, que se habían alejado, que eras la única ya en esa carretera; podías dar la vuelta, hacerlo de nuevo y volver.

     Total, Laura podía esperar-te. En realidad, no tenía a dónde ir porque no podía irse de ese baúl anaranjado, oloroso a coma y puerros descompuestos de la que había sido su camioneta, y que ahora, por algunas horas sería tuya. Amarga y dulcemente tuya, -la súper truck y las horas- pues Laura, nunca más, podría ir a ninguna otra parte.

     De nuevo el olor a puerros que te decía... te decía que seguirías yendo en esa camioneta.

     Regresarías y lo harías de nuevo.