A través de una pila sangrada
en un intento de santificación,
figuras con cabezas amorfas, alargadas, ovaladas,
semejantes a una banana henchida de gracia
se desplegaban, a su alrededor,
como custodiando la pila.
Unas manos,
medio
animalescas,
ponzoñosas pezuñas, parecían decir:
Este es mi territorio.
Guardián de Reglas Amorfas,
doradas, vetadas.
Una extraña Luz, violácea, casi..
casi cegadora.
Había -yo-,
o nosotros,
llegado a un sitio,
pero no se sabía; no sabí-a-mos- a dónde.
Curiosamente, nosotros no. No olíamos a miedo.
De verdad, que no.
Por el contrario,
había entendido en la expresión de sus ojos,
y ellos, los otros, los que venían conmigo
y los otros, los de las pezuñas bizarras,
también,
que era yo la per-seguida;
me seguían a mí,
a un líder, su emir, reconocido por ellos, y...
desapercibido ante su (propia cabecilla)
mi-propio ego, hasta hoy.
Hoy; sí.
Que yo, estaba ahí, de nuevo, para mis próximas disciplinas
dantescas ensoñaciones,
pero habituadas al espejo, a su si mismo; el mío.
Tiempo.
De/ Exorcimos.
Pero. Quizás. A este punto.
Espera y deténte.
Protégete(-nos)!. No permitas que nada ajeno permee,
que nada soluble transvase tu colado.
Entonces, les has dicho, a ellos, los cuidadores:
"No puedo. Es imposible detenerse.
"Debo exorcisar,
aliviar la condena".
Y él,
el observante, ha extendido su mano,
te direcciona,
te consagra con,
dados echados al viento
Te susurra al márgen de tu márgen
después, con márgenes:
"Respeta las energías para que ellas no te devoren, en ninguna astuta forma".
y, en la sinergia del espacio con tu yo,
se te autoriza a usar ciertas herramientas rituales.
Ahora la pila sangrada, pasa a ser sangrante,
pero no porque sea la muerte de lo espléndido,
sino porque se avino el deceso del desuso, de lo sacrificado en vida,
de lo enfermo, de lo austero.
Me giré de frente, a la luz,
intenté, actuar, hacer mi trabajo...
y antes de que pudiera empezar,
la luz, por esta vez,
se haría cargo. Cargo de mí,
quien, cegada por el Beneficio de la Luz,
dejaba en otras manos, esta vez, a parecer,
el exorcismo;
y tú, hoy, sin quererlo,
habías regresado de la pila sangrante
cegada,
aún,
coquetando con lo antiterreno,
porque hoy te habían beneficiado con ser sólo el prólogo.
Una luz, violácea,
cegadora,
resultaría ser el prolegómeno de un exsorcismo pernicioso.
Un Prólogo,
que me traería de vuelta.
Esta vez.
Yolanda Marín
Ccs, Marzo, 1999.