ÉL,
¡cómo decirlo!,
se abandonó al ritmo sutil
de su elección.
Enlazó sus brazos,
Y entre ellos,
la seguridad,
de unas patas,
las de su cama proyectada
quizás de madera,
posiblemente, de metal.
Solo,
fueron;
sin embargo,
resortes ilusorios
que sostuvieron la humedad del sexo.
Y ni siquiera,
el suyo,
parecía ser el de ella.
Él no podía entender
en su holgazán perecer,
¡cómo ella no quería vibrar!
en un sentir de amantes no-devoradores
sino retornador.
Le amamantó su vientre,
con dulzura, con placer,
lo femenino, lo que era ella
con el foco viril,
con viento salado.
Creyó allanar su intimidad solar,
vulvar,
controlarla
y terminó, perdiéndose él
a través de ella.
Él,
¡Cómo expresar/lo!
objeto y rebaño
sin bríos,
entre mar y arena,
sin playa.
Inconstante/ también.
De. Lo. Supuesamente. Constante
Se hizo de lápices que dibujan querellas
¡claros de luna!,
que vaticinan creencias
de perspectivas asolares,
perennidad,
mutación,
casi sincero,
con lo solano de sus intenciones
apostaría por aquello que le llenaba el sexo,
las piernas, la lengua.
Guerras escritas en humores,
y de humores clandestinos
crediticias,
que a sus paredes de existencia
les asomaba,
gimoteaba,
lo desangraban en lento placer.
Ahora,
desincronizada su mente,
asesinados sus egos,
entre ellos mismos
tragados por lo incólume,
él
ensordeció su habla,
su lengua.
¡Él, cómo decir/te/lo!!!,
postre encallado en su garganta.
Moría, mentalmente a su ritmo.
Ella,
lejana/mente.
Ahora.
Feliz.
Devoradora de esencias,
lo tenía todo,
lo había consumido de pe a pa.
Ángel, ¡Cómo todos!
Una pizca
nada
más.
Yolanda Marín, 08/82.