Miradas intensas, fanáticas, atípicamente agridulces, emblemáticas si se quieren y un tanto, desafortunadas son las interacciones que focalizan esta cinta, donde el desarme de bombas en Irak, a través de la presencia de las Fuerzas Militares del ejército americano en Bagdad, es el plato fuerte que nos presenta Kathryin Bigelow aquí. Basada, su intención, de llamar la atención, nuevamente, sobre el tema de la guerra fría en Irak, un tanto caído en el desinterés público del colectivo, nos hace un retrato a través de la experiencia directa del periodista Mark Boal, y quien fuera “integrado” en un escuadrón de desactivación de bombas. Se busca, pues, una suspensión en el tiempo, ajeno al de occidente, lleno de objetos, metodologías y herramientas, que parecerían superfluas y carecerían hasta de valor en comparación con la vida del ciudadano de a pie, del común.
Escenas repetitivas sobre el desarme de estos artefactos explosivos, sin franco diálogo acerca de nada, refuerzan la conducta de los guionistas, de convertir las acciones positivas de posible, ya no cambio, sino de integración o colaboración humana en una comiquita de Disney. Estamos de acuerdo, en que el objetivo de Bigelow, aquí, no es puntualizar los hechos de esta guerra, ponernos del lado de un bando o de otro, si existe o no mérito, condiciones o circunstancias para la gestación de la guerra, o si acaso para ganar o perder, algo más que vidas, sino poner en la mira, el estrés que significa para un hombre meterse en el papel de un soldado, a quien no debe importarle más nada, que el exacto instante en el que se enfrenta con el desarme del artefacto explosivo. Hasta ahí, las tomas de las cámaras, la fotografía, el manejo de los espacios, los movimientos cercanos, y la sinergia que se logra entre los actores que juegan estos roles de súper héroes militares, es una barajita de puntos añadidos a la dirección de la película. Sin embargo, no es suficiente, dejarnos en medio de un combate sin comienzo ni fin, aunque esto sea lo pretendido asomar con la proyección. Se necesita un marco histórico para encuadrar estas acciones, estos elementos que perfilan una adicción humana a las guerras, pues de lo contrario, la expectativa del espectador no existe y sólo se enfrenta con una especie de decálogo o diez mandamientos de una situación, encadenada a lo inconceptuable, lo cual suele, dejar un mal sabor; pues nos resta identidad. Le resta identidad a los héroes, pues no hay nada que merezca ser reconocido o valorado en estos personajes, como seres concientes que buscan algo trascendente en sus vidas.
Las actuaciones de quienes foman el escuadron Bravo, son notables .El Sargento First Class William James (Jeremy Renner), quien toma el mando, de un escuadrón, reemplazando al reciente Sargento Thompson, (Guy Pearce) muerto en acción de desarme, y quien junto al Sargento JT Sanborn (Anthony Mackie) y el especialsta Owen Eldridge (Brian Geraghty), empiezan su destino actual como una cuenta regresiva, vista desde los días que le quedan a dicha Unidad para terminar esa misión. Obviamente, este enfoque quiere captar la agonía del día/por día en constante adrenalina, cada vez que se enfrentan a la acción de desarme, como ya dijimos, perdiéndose en lo desértico de los tiempos absurdos. La cinta, pues, no le deja definido al espectador, por qué el ejercito americano acuña una labor de desarme, tampoco, en Bagdad. Es un contexto, sólo eso.
Escenas notables en la película, nos muestran las dos caras de la moneda, en donde, un pueblo consumido por un idealismo místico-político-económico se desangra en todos los niveles, en aras de la huída de lo que algunos políticos de las llamadas “revoluciones bonitas”, denominarían imperialismo yanqui. Las calles desbastadas, la propaganda política en los suelos arenosos de lo que es Jordania, (donde fue grabada la mayor parte de la película)una tierra muy parecida a Bagdad, y cuyo clima es tan cálido y sórdido como el de esta última, nos sitúan en el tiempo y el lugar, lo ambivalente y lo desértico, la ingrávida e insidiosa mirada del iraquí que busca, desde cualquier punto, hacer estallar las bombas instaladas, y con ellas, a los americanos que osan interferir en su plan de avasallamiento. ¿Contra quién, en realidad?.
La cinta, comienza con una célebre cita del libro,“La Guerra es una Fuerza que Nos Otorga Sentido”, de Chris Hedges: “The rush of battle is often a potent and lethal addiction, for war is a drug”, lo cual viene a significar: La fiebre de la batalla es a menudo, una adicción potente y letal, por lo que la guerra es una droga; y lo que Kathryn nos quiere legar en el final de su proyección, al demarcar al Sargento William como a una de estas personalidades, donde todo contexto posible de vida ordinaria, pierde el sentido, siendo, entonces, la llamada de la guerra, lo único que constituiría un cognitivo reconocimiento conductual del individuo, excitado por la paradoja de la adrenalina, y no por la material porcentual de la que se ha ido constituyendo el ser a través de cada parte de su pasado; su punto central de una visión no cosmopólita, si no más bien, profundamente individualista, e incluso narcisista, en cuanto a propósito de vida se refiere. Obviamente, no es su intención, exacerbar escenarios de caramelería en cuanto al cambio humano, se refiere; y quizás, no sea importante, en última instancia, pero esto deja al ser humano un tanto lejano de la posibilidad de creer en algo más que sus visión personal, si esto es relevante o no; no lo voy a cuestionar aquí, simplemente prefiero apostar, aunque sea sólo una apuesta, hacerlo por la visión de un colectivo que desea un planeta, mejor cada vez. Más humano de lo que lo ha hecho hasta ahora.